LA CAPACIDAD DE PRODUCIR CONSCIENCIA
NI EL TIEMPO, NI EL CONOCIMIENTO ADQUIRIDO, NI LAS RIQUEZAS, GARANTIZAN EL DESPERTAR ESPIRITUAL
Hola amiga(o) pensante. En la vida siempre hay
breves o largos momentos donde se está solo, con la atención fija en lo que se
está pensando.
La
incesante actividad pensativa exige del pensante que le preste atención al tema
que se procesa. Una atención del cual se pierde consciencia al entrar a vivir
la fantasiosa o atormentante realidad que se está imaginando.
Los órganos de los sentidos como canales imparables de percepción, alimentan
de temas o asuntos la actividad pensativa. El pensador es como un esclavo
sometido a un trabajo incesante del cual no obtiene ningún beneficio,
rendimiento o progreso en su estado de consciencia.
Como consecuencia de esta hiperactividad descontrolada, la vida virtual
o realidad subjetiva en la que se sumerge el pensante, es un estado dominante,
con severas divergencias con la realidad objetiva que está viviendo, pero el
proceso de adaptación ha ocurrido sin que perciba que vive más en un mundo
irreal que en el verdadero.
La
interiorización es un estado involuntario donde el pensante carece de voluntad
en su propio mundo y la automaticidad mental lo obliga a experimentar sus cómputos.
El
pensante no produce lo que siente. Cuando lo que siente es fuerte o tiene la
suficiente fuerza para hacerle desviar la atención de lo que está pensando, se
viene a la realidad objetiva a experimentar lo que siente; bien sean emociones,
sentimientos o malestares físicos producto de la estimulación de viejos efectos
traumáticos.
El
pensante tiene dos alternativas donde puede permanecer enfocado: con la
atención en su entorno o venirse al interior de su mundo a pensar. Pero no
puede evitar la alternabilidad de atención entre ambos mundos, ya que se está
obligado a producir pensamientos analíticos de vez en cuando para
desenvolverse.
Esa fluidez entre los dos mundos, es la que se ha perdido, o a la que no
se le presta atención, y esto causa que la persona se vaya adaptando de manera
imperceptible, a ser un pelele de su propia actividad pensativa y de las
circunstancias.
La
pérdida de voluntad sobre la actividad pensativa es sinónimo de pérdida de
consciencia. Y la pérdida de consciencia se puede observar como una
personalidad que se petrifica o se vuelve desactualizada sin que el pensante se
dé cuenta que está dejando de evolucionar.
La capacidad de consciencia es más importante
que la consciencia misma. Hay quienes creen y esperan que el tiempo o los años
de vida tienen como obligación que al pasar les deje más consciencia que la que
tienen en ese momento.
Viejas e imprácticas filosofías ven la evolución espiritual como ciclos
temporales. Es decir, cada cientos o miles de años va a ocurrir una
transformación obligada de consciencia.
Ocurre igual en aquellos pensantes que esperan
que el paso del tiempo les cure sus traumas mentales.
La
inconsciencia que pueda padecer un pensante, si esta inconsciencia es vista
como falta de inteligencia, de conocimiento o sabiduría, no es para nada una pérdida
del control del acto de pensar.
Pero si esta inconsciencia es producto de sucesivas pérdidas del control
del acto de pensar, no hay remedio que sustituya al propio pensador para
corregir sus problemas.
Ya
está claro que la humanidad no espera por ti ni por mí para resolver los problemas
que padece, solo unos tontos como nosotros insistimos en ser autosuficientes psicológicamente
para lograr frenar la estrepitosa caída o derrumbamiento que se ve venir.
Toda la confianza en el futuro de la humanidad sigue en incremento en
los líderes de papel que el internet y las redes les han hecho hacerse dueño de
las riquezas que se produce en el planeta.
La
capacidad de consciencia se confunde con la adquisición de conocimiento o por
la fortuna que se posea. Es un reto saber o volverse rico para sufrir la
impresión de volverse capaz de proveerse de consciencia.
En
otras palabras, se entiende que sin conocimiento o fortuna no hay buena consciencia.
Por lo que se descarta que un ser pensante tenga esa capacidad como condición
innata. Y no existe esa búsqueda de consciencia a través de uno mismo.
Los
grandes y reconocidos líderes espirituales del pasado fueron productores de
conocimientos y de ideas fundamentales para que otros aumentaran las riquezas o
prosperidad material. Fueron lo que fueron por el tiempo que le dedicaron a una
actividad pensativa libre de sus propios prejuicios.
Para
producir consciencia es inevitable recuperar el control de la actividad
pensativa.
La
personalidad es y debe ser temporal, de otra manera pierde su funcionabilidad óptima.
“SER”,
es un fenómeno donde se puede aplicar el principio de incertidumbre. (El mero
hecho de observar produce una modificación.)
Es
decir, si observas con atención repetidas veces una actitud, la modificas. Hay
quienes van a decir que ven todo el tiempo su incapacidad y esta no mejora. A
estas personas es recomendable que observen primero la actitud que usan para
observar su errada manera de ser, y luego de producir consciencia analítica de
esta manera de observación, está listo para pasar a observar su comportamiento.
En
conclusión, hay que entrenarse para permitirse no ser o dejar de ser, ya que
evidentemente el irrefrenable impulso de ser o evitar dejar de ser, se ha
convertido en una especie de obsesión.
Este irrefrenable impulso produce irracionalidad en los comportamientos;
obliga a las personas a no reconocer o aceptar sus errores o equivocaciones.
Estar en lo correcto o tener la razón se vuelve en una conducta que puede
llegar a la violencia o asesinato.
En
estos ejemplos se puede ver como la personalidad se petrifica, se niega a que
se modifique, ya que habrá que reconocer errores, o a reconocer la
responsabilidad de los efectos negativos que se están padeciendo.
El
control de la actividad pensativa proporciona toda la libertad que necesita un
pensante.
Y
recuerda; sin esta libertad que te vas a dar de ti mismo, no esperes alcanzar los
estados elevados de consciencia que aspiras lograr.
Ha
sido un placer volvernos a comunicar. Buen provecho produciendo consciencia.
Nos vemos pensante.
Autor:
Emilio R. Fernández Ramos
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