EL RIESGO DE USAR INTERMEDIARIO
EL RIESGO DE USAR INTERMEDIARIO
(Poema)
Me mandaste un mensajero para que me convenciera que eras la mujer ideal
para mí.
Te confieso la verdad, tu amiga actuó de buena fe, teniendo muy buena
claridad de su objetivo.
Dibujó tu figura espiritual con virtudes y cualidades acordes a mi
personalidad.
Pudo ver mi alma sin que se la mostrara, y hasta aprendí cosas de mi que
nunca había visto, por su manera
de emparejar similitudes entre tú y yo, para hacer notar lo afines que
éramos.
Eso despertó mi interés. Por primera vez conocí noches
interminables, horas que duraban días. El tiempo burlándose de mí mientras
esperaba la nueva cita con la vendedora de tu belleza.
Le pedía con entusiasmo que me siguiera hablando de ti, y su esmero por
exaltarte me fascinaba, la sentía entrar por mi pecho, recorrer mi cuerpo y mi
alma para cifrar valores y lograr concatenarte con lazos de mis venas para que
nuestras sangres fueran compatibles.
Para cada cita programada yo era el ansioso para el reencuentro, y ella,
sintiendo la proximidad del éxito de su misión, viajó por mi pasado, describió
mi presente y se embarcó en mis sueños para conocer mi futuro.
Como pareja de aves migratorias viajamos entre nubes recorriendo el reino
imaginado, llegamos al palacio de mi sueño y la hice atender como un invitado
especial.
Quedó fascinada con mis gustos por las obras de arte, por la música
entonada por el viento, y, sobre todo,
el trato que yo le daba a los súbditos de mi mundo.
Ocurrió de momento, ella me miró a los ojos, apretó mi mano, dejó de
hablarme de ti y me invitó a conocer el mundo de sus sueños.
No podía creerlo, hubo coincidencia de futuros, coincidencia de sueños, y coincidencia
de amor.
En ese fantasioso mundo que nos construimos para comparar nuestros gustos, nos
detuvimos en la cima de una montaña nevada para decirnos la conclusión a la que
cada uno había llegado.
Ella me quiere en su futuro y yo la deseo en el mío.
Apartamos las tazas con el café ya frio, que permanecían entre los dos en
la mesa del restaurant donde tuvimos la cita, para tomarnos de las manos,
confesarnos nuestro amor, y sellamos el pacto con un apasionado beso que se
tiño de inmoral en los rostros de algunos comensales.
Tuvimos que salir a la calle entre las protestas y aplausos de los clientes
para seguir el interrumpido beso en la acera, ignorando a los transeúntes que
miraban con curiosidad la escena.
Me he enamorado de tu mensajera y la he acompañado ante ti, ya que viene a
confesarte la razón de su fracaso.
Autor: Emilio R.
Fernández Ramos
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