ENTRE EL PESIMISMO Y EL OPTIMISMO

 


  TRANSMUTADO Y CANCELADO; “SAPE GATO CON ESE PENSAMIENTO”.

  Hola amiga(o) pensante. Hay quienes tienen excesivo cuidado de no ser pesimista y se cuidan muy bien de lo que van a pensar. Este excesivo cuidado les impide ver factores de la realidad que no se pueden descartar.

  Por ejemplo; considerar los riesgos que existen en todo emprendimiento o en todo nuevo ciclo de acción que se vaya a comenzar, como hechos posibles de suceder.  

  Los obsesionados con los pensamientos positivos tienden a sobrestimar o subestimar los hechos y se salen del campo de la objetividad por el temor a producir una idea que suene a duda, a desconfianza o a inseguridad.

  Durante el acto de pensar no se puede dejar por fuera ningún elemento, por muy fatal que parezca, debe ser sopesado, y, sobre todo, aquellos factores negativos que pueden darse por circunstancias a veces hasta impredecibles. El riesgo siempre existe.  

  La confianza existe en el que subestima o sobrestima; el pesimista crónico y el optimista compulsivo: tienen confianza. Una confianza que padece de ceguera, pero les sirve para ocultar sus miedos.

  Pensar en los riesgos es un temor que padecen aquellos pensantes que se reconocen incapaces de controlar sus pensamientos. Se sienten víctimas de sus estados emocionales y tienen pruebas de que no tienen control de su actividad pensativa.

  Han sido golpeados tantas veces por sus pensamientos, que se han vuelto tan cuidadosos, que prefieren no aventurarse con un pensamiento “de mal agüero”.       

  Es filosofía tradicional saber; que a las personas se le cumplen lo que piensan.  El miedo a los pensamientos cuyo contenido signifique algo negativo, se rechaza o se pide transmutarse para que no suceda.  

  “Trasmutado y cancelado”; dicen en voz alta para que no quede la menor duda de su rechazo a la idea que se le ocurrió.

  Este miedo a pensar ciertos factores factibles de ocurrir, reduce la objetividad, y por supuesto, que los riesgos no van a dejar de existir por más que se niegue su existencia o se trate de ser lo más positivo posible para que no existan.  

  Las consecuencias psicológicas que sobrevienen cuando ocurre un hecho de los que se han negado a ver; son traumáticas. Imposible de aceptar que haya ocurrido algo que impidió que las cosas salieran bonitas como lo había pensado. Pero ocurrió y tiene que calarse su dolor.

  Los extremitas o radicalistas contravienen las leyes de la coexistencia. La interrelación entre los pensantes y estos con la naturaleza, requiere de un constante proceso de moderación para lograr un equilibrio que beneficie a los coexistentes a largo plazo.

  El pensante consigo mismo tiene la obligación de mantener su propio mundo equilibrado. Un mundo propio que está construido con ideas, creencias o pensamientos fundamentales que lo convierten en quien es, como es y cómo se siente.

  Aquel que se somete o se subyuga a los designios de una idea, es como el padre o la madre que permite que su hijo lo someta a su voluntad. En esos hogares donde se hace lo que los hijos indiquen, todos pueden ser felices, menos los padres.

   Ninguna creencia puede o debe maniatar al pensante de tal manera que pierda todo criterio. Es como estar atado a un poste sin derecho a moverse, a opinar o a pensar.

   El miedo o temor, causante del estado de sumisión en el que se encuentra el pensante a sus propios pensamientos, no es reconocido por estas personas; su creencia es una verdad absoluta, incuestionable. Algunas ideas son tan incuestionables que ni siquiera están consciente de tenerlas. Solo son o actúan de acuerdo a su dictado.

   Muchas de estas personas radicalistas en sus mundos propios, lideran movimientos xenofóbicos, de discriminación o rechazo por todo aquello que no encuadre con sus creencias.     

   Esta es una de las características dominante de la humanidad, por lo que hay muy poca esperanza de que se lleven a la práctica los hermosos y bien redactados tratados para una convivencia de derechos y justicia por igual.

  Pero primero, lo primero. ¿Cómo está siendo tratado el pensante por sus propios pensamientos?

  Tú o ustedes saben la respuesta. Por si acaso: hay que revisar muchos de esos ideales con los cuales nos conducimos por la vida, hacia los objetivos propuestos.

  Es fácil saber cuándo algo no está dando resultados, cuando no se ve progreso, cuando las discordias y las divergencias no desaparecen, y se supone que se está haciendo lo que se considera correcto.

   El respeto por las ideas no significa irrespetarse uno mismo que es el que las concibe y las mantiene con vida. Por lo tanto, es aconsejable enderezar cualquier posición que se haya revertido.

  Pensar pensamientos o cosas consideradas impensables, o someter a supervisión a cualquier creencia que se tenga, es sinónimo de libertad para pensar, o de pensamientos.

  La libertad de expresión es un acuerdo social, pero la libertad para pensar depende del mismo pensante. No te impidas ser libre.

  Ha sido un placer: Buen provecho con tu libertad. Nos vemos pensante.

  Autor: Emilio R. Fernández Ramos

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