LA VIDA ROBÓTICA QUE NOS ESPERA
LOS SENTIMIENTOS FAMILIARES SE DESINTEGRAN
Hola amiga(o) pensante. Si algo hay que resolver
con alguien; si algo hay que reclamarle a alguien o llamarle la atención, ese
alguien es el mismo pensante.
Por lo general los problemas vienen de dentro hacia afuera. Y los que
son incitados desde afuera, sus efectos dependen de las condiciones de quien
los reciba. Es la misma responsabilidad que les toca, pero la desconocen. Los
gobernantes arruinaron el país, y él jura que no tiene nada que ver.
La individuación egocentrista hace creer que la vida no tiene relación
ni conexión con ninguna otra, y las que pueda tener es por cuestión de gusto.
Estas
suelen ser el tipo de personas que más hablan de hermandad, solidaridad o amor
por el prójimo.
Así
como es, así como se comporta o, así como piensa, es suficiente para estar
satisfecho con su desarrollo personal y espiritual.
La
humanidad sufre un fenómeno inverso; más población los amontona, pareciera que
los une, pero cada individuo se está separando más de los demás.
Ahora con la encomiable ayuda de la pandemia, que ha obligado a los
confinamientos, muy pocos padecen de nostalgia o de extrañar a familiares y
amigos que no pueden ver o tener algún tipo de contacto.
En
dos años más de confinamiento, será un hábito muy natural salir a las calles y
desenvolverse como robots; sin un saludo, sin una sonrisa, sin ninguna
demostración de cortesía.
Las
comunicaciones digitales son el modo de transición perfecto, para que los que aún
conservan esos viejos sentimientos de fraternidad, amistad o apego familiar, se
vayan acostumbrando a la vida robótica; con la comunicación indispensable para
el frio propósito de sobrevivencia o la necesidad de relacionarse para
subsistir y lograr objetivos personales.
Aquellos hijos o familiares que siempre tenían una excusa de porque no
visitaban, o hacían, aunque fuera una llamada, ya pueden dormir tranquilos si
en algo les molestaba la consciencia. “la pandemia; el confinamiento”, tiene la
culpa.
Antes, por lo menos aquí en Venezuela; estos desapegados de la familia,
de las amistades, absorbidos en sus egocentrismos, o egoísmos; solo podían o
encontraban las maneras de visitar, para asistir al funeral de sus padres,
tíos, hermanos o amistades; del resto siempre había una excusa.
Ya
el valor sentimental que tenía la consanguineidad de ser primos, va quedando
muy poco; ya ni se conocen a pesar de vivir en la misma ciudad o pueblo.
El
epicentro sentimental que producían los padres del siglo pasado; a donde
confluían todos los integrantes de la familia cuando se celebraba alguna
festividad, ya se está extinguiendo.
Ya no existe esa fuerza de atracción para que la familia se reúna. Y eso
que ya muchos de sus integrantes son padres, abuelos y hasta bisabuelos.
Este futuro no está muy lejos; está ocurriendo. Si algo es difícil de
recuperar de un pensante, es la muerte de sus sentimientos hacia los demás.
¿Porqué
puede extrañar alguien que exista un proceso de reducción de la humanidad bien
planificado? A quién le importa quien muere, mientras no muera él o alguien que
esté en la lista de sus intereses.
Menos
bocas bebiendo agua, comiendo o consumiendo oxígeno; personas que pueden ser
reemplazados por la automatización robótica en los medios de producción; es un
alivio para los sobrevivientes.
Está
ocurriendo ante nuestros ojos, menos contacto, menos relación afectiva, una que
otra mirada por un video conferencia de vez en cuando, será suficiente para demostrar
amor.
El
tradicional problema psicológico de soledad, va a desaparecer de estas nuevas
generaciones. Un juego de vídeo, una vida virtual, un robot, un maniquí,
cualquier objeto puede substituir al resto de las personas. Ya te puedes enamorar
y casar con un poste de alumbrado.
Y
todo esto está ocurriendo en nuestras narices. Muchos no lo ven, y si lo ven,
les rueda como agua por sobre el aceite.
Claro,
claro, está bien, lo acepto. “La culpa es por la pandemia, ya veraz que cuando
se normalicen las cosas, todos correremos abrazarnos”.
¡Ah!
Pero los venezolanos tenemos otra ayuda, “la diáspora nos separó de la familia”.
Desde lejos se extraña hasta la mata de
mango que hay en el patio, pero las cicatrices que tiene en el tronco, también lo
extrañan, porque cada vez que se enfurecía la pagaba con la mata. Y su mamá, también
extraña los trasnochos por los escándalos que hacía a media noche borracho.
Qué
cosas tiene la vida; ¿verdad? No se puede generalizar, siempre hay quien cuide
sus sentimientos. Personas que están pendientes de limpiar cualquier basura que
le eche, o algún error que cometa busca enmendarlo.
Pero
el fenómeno de desintegración de la sociedad y la unidad familiar está
ocurriendo. Cada día nacen menos de esos que se empeñan en darle más
importancia a sus valores sentimentales que a algunos de esos artilugios que
usa la sociedad para distraer a la gente.
Ojalá me equivoque. Es preferible que eso suceda, pero cierro los ojos y
sigo viendo los mismo.
Ha
sido un placer. Buen provecho con esos sentimientos. Nos vemos pensante.
Autor:
Emilio R. Fernández Ramos
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