EL ESTADO DE ANIMO; UN BUEN INDICADOR
NI EL DOLOR DEBIERA HACER PERDER EL CONTROL
Hola
amiga(o) pensante. El estado de ánimo es una condición que se mantiene
fluctuando, y puede ser observada por el mismo pensante con mucha rapidez.
Este estado refleja una gama de efectos provenientes del exterior y del
interior. Por hábito las personas responden con pensamientos o consideraciones
de manera instintiva, y pocas veces intentan averiguar la causa.
No es conveniente dejarse llevar por lo que se está sintiendo, ya que
las ideas que se producen carecen de objetividad. Esto debido a que el pensante
está afectado y responde a como se siente.
Existe lo que vamos a llamar “caída por las escaleras”, el impulso de
rodamiento a un escalón más bajo propicia que cada vez las ideas que se
producen sean menos objetivas y tienden a la generalidad.
Se concluyen cosas como: “todo me sale mal”;
“me voy a morir”; “nadie puede salvarme”, etc. Y la incertidumbre y confusión
impide que se recobre la racionalidad necesaria para calmarse o tranquilizarse.
La experiencia más fuerte de soportar es el dolor: Puedo hablar por
experiencia; el dolor físico se puede soportar sin perder la racionalidad, sin
entrar en pánico o perder la objetividad.
El recurso de los calmantes a veces es necesario, sin embargo, para el
momento que se médica, ya la persona lo está sufriendo y sus pensamientos se
pudieron haber salido de control.
El estado de ánimo puede quedar al garete, sin que el pensante pueda
influenciar con determinación un cambio. Estados crónicos depresivos, aunque
sean por corto tiempo, indican que el pensante carece de la voluntad suficiente
para recobrar el control o la cordura.
Los acontecimientos sociales o externos que afectan de manera negativa
la vida, de acuerdo a su duración, poco a poco inducen a un estado de ánimo sin
que la persona se dé cuenta.
Afecta su “manera de pensar” o el contenido de sus pensamientos, y por
adaptación se permite sobrevivir con un estado de ánimo que ha disminuido de
manera significativa.
La calidad de vida no depende solo de lo material, más importante es la
calidad de vida que se causa el mismo pensante.
Y digo que se causa, entendiendo que muchos no quieren, no desean, y
hasta lo evitan, pero no tienen control de su actividad pensativa y sus
intentos para ayudarse son fallidos.
Cualquier persona no está exenta de enfermarse. En algún momento va a
pasar por una situación difícil. Lo más seguro es que ya lo haya pasado, así
que conoce o tiene idea de cómo puede ser el panorama con el que se va a
encontrar.
Todas estas personas con alguna experiencia de vivir malos momentos o
enfermedades, son las primeras que aconsejan a cualquiera que lo esté pasando,
“que mantenga la calma, la fe, o la confianza, de que va a salir con bien”.
Ningún pensante que esté descontrolado puede pensar bien. La fe o la
confianza envuelta en miedo o terror, carece de estabilidad o de firmeza.
No hay certeza de lo que se pide con el pensamiento, si el pensante está
dudoso, tembloroso de miedo o en confusión.
No hay ayuda consejera que pueda hacer
efectiva y los milagros no encuentran terreno donde materializarse.
Por eso son tan escaso los milagros, a pesar de que casi todo el mundo
los pide.
Es por esta razón que el pensante no puede ser irresponsable consigo
mismo. Es decir, fallarse cuando más se necesita.
Y en algún momento va a necesitarse con urgencia. Es por esta razón que
el acto de pensar no debe omitirse como preparación para volverse una persona
útil consigo mismo.
El estado de ánimo es una buena ventana de observación para ejercitar:
primero la habilidad de inspeccionar o revisar el entorno o el interior para
encontrar las causas más probables; y segundo intentar cambiar el grado de
ánimo con el uso de ideas preconcebidas.
Ha sido un placer. Buen provecho dándole utilidad a tu estado de ánimo.
Nos vemos pensante.
Autor: Emilio R. Fernández Ramos
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