EL PODER PSÍQUICO Y LA OTRA CARA DE LA MONEDA

 


EDUCADOS PARA SER EXITOSOS, FELICES Y SALUDABLES, Y LOS RESULTADOS SON NEGATIVOS

  Hola amiga(o) pensante. ¿Qué vas hacer con tu vida si de pronto descubres que tienes poderes psíquicos, pero no tienes control de él, y lo has estado desperdiciando y hasta utilizando para hacerte daño?

  Al hablar de poderes psíquicos se ha hecho creer que solo se trata de poderes excepcionales que solo se dan en algunas personas, como la telepatía, clarividencia, telequinesis, visión remota, etc. Pero no se le presta atención a lo que una persona puede hacerle a su salud física y desarrollo de su personalidad.

  La ciencia médica reconoce que hay enfermedades físicas y severos trastornos de la personalidad, ligados a la condición psicológica de la persona. Además, una gran mayoría necesita ayuda cuando están pasando por una enfermedad mortal para poder tener mejores resultados con sus tratamientos.

  Si esto no es poder psíquico, de que otra manera se le puede llamar. El hecho de que las personas no lo sientan así, lo van a seguir usando de manera indiscriminada, sin consciencia de lo que están haciendo.

  La incapacidad de los pensantes para aportar valor psicológico positivo cuando padecen una enfermedad, o cuando se encuentran sometidos a un fuerte estrés, mantiene un factor negativo que empeora cualquier situación por la que se está pasando.   

  La gran maquinaria social no puede funcionar como debe con tantas piezas dañadas. Ni la familia se puede desenvolver bien cuando uno de sus integrantes tiene dificultades para desenvolverse.

 Es una experiencia real para toda familia, lo que se trastorna el desenvolvimiento del grupo familiar cuando uno de ellos se enferma. Ninguno de los integrantes desea ser un elemento perturbador, y mucho menos enfermarse, pero la vida también contiene las probabilidades de ser víctima, sufrir accidentes o pasar por situaciones apremiantes.

  Es del conocimiento de toda persona que no todo es “color de rosa”. Y que tiene que prepararse para ganar. La educación en toda su extensión, su intención es prepararnos para ser ganadores y exitosos.

  Por todas partes los pensantes se preparan y se mentalizan para ganar. Pero, ¿Qué cosa? La gran mayoría no gana. No logran concretar sus objetivos primarios y cambian a otros que les parece mejor, hasta que terminan conformándose con los restos de los sueños que se les derritieron en las manos.

  Todos educados para ganar, para pensar en el éxito y vivir deseando la salud y la prosperidad, pero los hechos demuestran que tal educación o buenos consejos, al parecer carecen de algo importante que se está omitiendo, y no se enseña o se educa a la persona en ese factor complementario que está causando que ocurran tantos fracasos.

  Preparados psicológicamente para ganar, pero no se está preparado para sufrir reveces, caídas y soportar tempestades. La otra cara de la moneda se ignora, suponiendo que es la manera correcta de pensar.

  Los quiebre psicológicos pueden ocurrir por un fuerte impacto o ir ocurriendo de manera gradual, que es como ocurre en la mayoría de los casos, y la persona se viene a dar cuenta cuando ya el árbol cayó al piso.

  Durante todo ese tiempo de vida ha estado sufriendo reveces, impactos, decepciones, fracasos, malos momentos, etc. Pero se le ve tranquilo por fuera, respondiendo a los saludos que se encuentra bien, en la lucha, echando pa-lante, pero nadie ve la cantidad de puñales que lleva clavado en el pecho y la espalda.

  Ni el mismo pensante sabe porque vive como un zombi. Lo único que recuerda a veces con nostalgia, son sus sueños fracasados, inconclusos o abandonados y para remate; enfermo y con unos cuantos años encima.

  El éxito que soñó para disfrutar la vida no ocurrió. Y la vida le pasó buenos momentos que no disfrutó, porque no eran los que esperaba. Su expectativa para ser feliz se fundamentaba en ser un ganador que no perdía nunca.

  Un triunfador que todo le salía bien, y las derrotas, accidentes y enfermedades solo les ocurrían a los tontos que no se educaron ni pensaban positivo como él.

  En los ejercicios imaginativos que se acostumbran para visualizar logrando alcanzar las metas, se viven las semblanzas del estado de ánimo y emociones que se van a experimentar cuando el éxito se haga realidad. Ya se sabe cómo se va a sentir cuando ese momento ocurra, nada más hay que esperar que suceda.

   Pero en esos ejercicios imaginativos no se incluyen fracasos, pérdidas, accidentes, enfermedades, tempestades y nubarrones. La educación formal y familiar omitió entrenar al pensante a conocer y a experimentar semblanzas de ese tipo de emociones y estados de ánimo que se sufren cuando se pierde o las cosas no salen como se pensaba que iban a salir.

  Se evade pensar en lo malo, se evade pensar en lo negativo, se evade pensar en las enfermedades, accidentes y barreras que se puedan atravesar en el camino.

  El pensante al no estar entrenado para las pérdidas, cuando le ocurra una, le va a poner los ojos morados.

  Está entrenado para ver solo la luz, y cuando lleguen las sombras o la oscuridad, tienen que sacarlo en camillas.

  Aquel que no ve, o no observa algo, no lo entiende. Su criterio acerca de eso deja mucho que desear. Sus análisis son obtusos, y lo llevan a conclusiones no funcionales.       

  Ahora sabes porque no funciona el poder psíquico. El pensante solo ejercita su psiquis para ver la luz o la claridad, y omite ver las sombras, la obscuridad o las tinieblas.

  Ganar o perder, son los elementos básicos de cualquier juego, y los sueños que en la vida nos trazamos, cumplen con este requisito. 

 Ocurren empates, pero siempre hay que buscar las maneras de dilucidar ese asunto.

  Mientras se sueña o se añora tener poderes psíquicos para realizar proezas, se usa el que se tiene para cavar la fosa donde lo van a enterrar.

  Sin salud o susceptible a contraer enfermedades y pasar largos periodos de tiempo para curarse, el rendimiento que se tiene en la vida es para ponerse a llorar.

  Ha sido un placer. Buen provecho con el reconocimiento de tu poder. Nos vemos pensante.

 Autor: Emilio R. Fernández Ramos  

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