¿SABER O NO SABER?


LA PÉRDIDA DE INTERES EN APRENDER

Hola, amiga(o) pensante.

Desde que nacemos, nos invade una sed insaciable de conocimiento. Exploramos el mundo con curiosidad y asombro, y a medida que lo descubrimos, su vastedad se expande más allá de nuestra capacidad de abarcarlo por completo. Podemos tomar entre nuestras manos una hormiga o una brizna de paja, y aún si dedicáramos la vida entera a estudiarlas, jamás lograríamos comprenderlas en su totalidad.

Sin embargo, algo peculiar sucede con los seres humanos. Con sorprendente facilidad, asumimos que ya sabemos todo lo que necesitamos saber, que nuestras respuestas bastan para dar sentido a cuanto nos rodea. En ese momento, el interés por aprender se apaga, y junto a él, la incómoda sensación de no saber. Nos sumimos en una satisfacción artificial, creyendo erróneamente que el conocimiento que poseemos es suficiente.

La sociedad refuerza esta ilusión con frases engañosas: “Todo está hecho”, “Ya todo ha sido pensado”. Nos premia por repetir conocimientos ajenos y desalienta la exploración de nuevas ideas. Así nace la indolencia mental, la consecuencia directa de una vida sin pensamiento crítico ni creatividad.

Si alguien, al reconocer esto, decide romper con la apatía y reavivar su deseo de saber, deberá primero cuestionar su certeza. ¿Puede admitir que su conocimiento es una gota en comparación con el vasto océano de su ignorancia? ¿Puede reconocer que el orgullo de saber es, en realidad, una falacia?

El no saber debe ser una realidad consciente. Solo cuando aceptamos nuestra propia ignorancia surge el verdadero interés por aprender. De otro modo, la mente se aferra a la limitada información que posee y reduce su campo de acción, restringiendo sus respuestas a lo que ya conoce.

Muchos creen que el interés por el conocimiento depende del atractivo de los temas y esperan ser motivados externamente. Pero aquellos que comprenden esta debilidad pueden manipular a los demás, guiándolos como galgos tras un señuelo.

Negarse a reconocer errores, insistir con enojo en estar en lo correcto, aferrarse obstinadamente a una supuesta verdad absoluta—son señales de que la idea de no saber no tiene cabida en la mente de alguien. Las autoridades suelen reforzar esta postura, impidiendo que su estructura de poder se vea cuestionada. Y así, el que osa desafiar el status quo se convierte en una amenaza.

El no saber es como el espacio vacío en un vaso: es lo que realmente permite que podamos llenarlo.

Autor: Emilio R. Fernández Ramos  

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