EL MAYOR SUPRESOR DE LA CONSCIENCIA ESPIRITUAL
Hola, amiga(o) pensante.
“No eres quien puedes explicar. Eres aquello que aún no se atreve a
callar.”
¿Quién
consideras que eres?
No respondas. Con seguridad, ya lo has hecho muchas veces… y estás tentado a
hacerlo otra vez. Si cedes, seguirás apagándote como consciencia espiritual.
Cualquier
cosa que consideres es el preludio de una mentira que no perdona. Y sus
consecuencias: el enorme desespero por “salvar” el espíritu, que —dicho sea de
paso— ya se da por perdido.
Ese que
quiere salvar su espíritu es apenas una voz —un deseo que brota de un
apretujado haz de pensamientos, ideas y consideraciones cosechadas durante toda
una vida.
Pero no eres eso.
No eres quien en esencia eres.
Te has convertido en el eco de tu propia voz… y ni siquiera estás hablando.
¿Entonces,
cómo explicas quién eres?
Pregunta que te acorrala. Sabes qué responder, pero hacerlo sería como sacarte
los ojos.
Quien camina
con bastón, encuentra en él su salvación.
Si lo suelta, se cae.
Si no lo suelta, su vida gira en torno a él.
Describirse es eso: apoyarse en pensamientos para saber que se existe.
Y sólo quien ya no necesita describirse para saber que existe, ha superado el
miedo de no saber, no ser, no hacer, no tener.
“Somos lo
que pensamos”.
Expresión que sostiene el edificio de la psicología.
Pero también puede convertirse en el mayor supresor de la consciencia
espiritual.
La sociedad
necesita que nos identifiquemos. Está bien.
Lleva tu cédula en la cartera.
Cuenta tu historia si lo deseas.
Pero recuerda:
No eres la historia.
“Todo lo que
puedes decir de ti, es justo lo que te impide ser”
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