EL NAUFRAGIO DE LA PAZ Y LIBERTAD SOCIAL


JUSTICIA DESCEREBRADA

Hola, amiga(o) pensante:

La libertad social debe ser nombrada con su apellido, para distinguirla de la libertad interior. Ambas libertades, aunque nacen de naturalezas distintas, exigen como requisito indispensable la paz.

La libertad social es el vacío existencial que se crea cuando se elabora una constitución para un país, o se establecen acuerdos y tratados internacionales. Ese espacio —producto de las paredes, el piso y el techo acordados, reforzados con reglamentos, leyes y normas— es la tan añorada libertad que, paradójicamente, atormenta a los ciudadanos.

Toda violación de quienes no respetan esa estructura limitante acordada altera la paz, y el desorden se hace presente. La dama de la justicia tiene la responsabilidad de restablecer el orden. Su balanza y su espada deben permanecer inmaculadas, incorruptibles.

Los hechos, tanto nacionales como internacionales, evidencian que la simbólica dama de la justicia, con sus ojos vendados, también los tiene cerrados. La luz de la justicia no alcanza su conciencia.

Cuando la justicia falla, la libertad y la paz quedan expuestas al abuso de quienes ostentan algún grado de poder otorgado por la misma estructura social. Y existen formas aún más arbitrarias y violentas de irrespetar las reglas del juego acordadas.

Ya la imaginación te habrá llevado a formar imagen de quienes les importa un bledo violar la libertad que por derecho está establecida.

La paz se ha convertido en bandera de lucha, cuando ella —al igual que la libertad— es resultado de la justicia. La acción está en la justicia, y esta reposa en manos de quienes sostienen las paredes, el piso y el techo que la sociedad ha pactado para la convivencia.

¿Cuál es la raíz del mal que mantiene la paz y la libertad en zozobra?

Toda organización, grupo o sociedad está integrada por seres humanos. ¡De Perogrullo! Parece una obviedad decir que tanto quienes luchan por la paz y la libertad como quienes las sabotean son seres humanos de la misma naturaleza, evolucionados en el planeta Tierra.

Son estos seres humanos quienes tienen las respuestas y las soluciones para elevar el estado de paz y libertad social a un nivel donde las perturbaciones no se conviertan en calamidad, dolor y sufrimiento.

Pareciera más efectivo tratar de hacer entrar en razón a quienes violan los derechos de los demás. Por lo general, son grupos organizados con objetivos muy claros. No se trata de los intereses de una sola persona.

Hoy, la tensión en la humanidad no solo se desborda hacia la violencia o la guerra, sino que ha llegado al punto en que ya no se confía en los documentos que sustentan los tratados ni en los organismos encargados de vigilar su cumplimiento. La justicia no solo está ciega, sorda y muda: parece haber quedado descerebrada.

No queda otra que enfocarse en cada individuo. No solo en los líderes: quienes los sostienen son las piezas valiosas. El pueblo, el ciudadano común, el jornalero, “el pata en el suelo”; todos son valiosos. El inmenso y poderoso mar es la suma de infinitas gotas de agua.

Desde el inicio se mencionó que la paz y la libertad social difieren de la paz y la libertad interior. La estructura interior de la cual depende la paz y libertad que disfruta cada persona es psicológica.

La condición psicológica es un producto endógeno. Aunque la persona sea influenciada, acosada, presionada o inducida por factores externos, es ella quien produce el significado de sus pensamientos.

Es su interpretación la que manda y pesa en su interior. Sus conclusiones son sus verdades, sus creencias, definen su punto de vista, su opinión y su criterio.

Los grupos u organizaciones con cualquier propósito comparten puntos de vista, creencias o intereses similares. Pero si uno de sus integrantes cambia de consideración, ese grupo se agrieta, pierde fuerza y su eficiencia disminuye.

Imaginemos que sean dos, tres o más quienes cambien: es como colocar un explosivo dentro de la organización.

Otro punto importante: la luz y la verdad dan origen a la sombra y a la mentira. La única razón por la que un individuo no puede ver la libertad y la paz de otros es porque su propia libertad y paz interior están comprometidas.

La demencia no solo se reconoce en quienes necesitan una camisa de fuerza. El intelecto y la inteligencia pueden ser armas sanguinarias cuyo propio usuario no ve. Y la sociedad, que admira el intelecto y la inteligencia, duda en declarar a esa persona criminal.

Todos necesitamos desintoxicar nuestras mentes. La personalidad que hemos construido ha sido producto del azar y de las circunstancias. El conocimiento, las ideas y las creencias que sostienen quiénes somos y cómo somos fueron respuestas forzadas, patrones de comportamiento adoptados para sobrevivir.

Somos más producto de las circunstancias que de nuestro propio criterio.

Cualquier persona que tenga el valor de desconfiar de su personalidad —aunque sea por unos minutos— y se dedique con acuciosidad a observar sus creencias más valiosas, se llevará una sorpresa.

Con solo recordar cuándo, dónde, cómo, de quién o de qué fuente surgió esa idea, pensamiento o creencia, en ese momento dejará de estar dominado por ella. Se pondrá por encima de la idea. Es decir, en lugar de que la idea lo domine, será él quien domine la idea.

Pierde toda compulsividad u obsesión, puede razonar, aunque aún mantenga la idea. Y esa libertad le otorga un valor ético que antes no tenía.

La libertad y la paz interior son tareas pendientes. Estamos atrasados. Basta con ver cómo estamos incendiando el planeta y matándonos unos a otros.

Sin libertad y paz interior, la libertad y paz social estarán teñidas de sangre.

Autor: Emilio R. Fernández Ramos

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