HAZTE DUEÑO DE TI


TIENES UNA CITA PENDIENTE CONTIGO MISMO PARA DEJAR DE FAVORECER A LOS ENEMIGOS BIOLÓGICOS
    Hola amiga(o) pensante.  El valioso tiempo que antes te faltaba y que ha sido el motivo o la excusa para no llevar a cabo eso que siempre has pensado hacer cuando tuvieras tiempo; amiga(o), ha llegado el momento.
   El coronavirus te está consiguiendo ese tiempo libre, quizás con su costo económico, pero aparte de ser decisión del estado, también debe ser un acto de consciencia para evitar males mayores.
   Cada quien decide que va hacer con ese tiempo libre, pero no falta quien sugiera distintas maneras de consumir ese tiempo. Yo, te invito a que visites tu mundo. Recuerda que somos pensadores que por falta de consciencia acerca del acto de pensar, nos convertimos en propiciadores de enfermedades al afectar el sistema inmune de nuestro cuerpo.
  Visita tu mundo interior, pero no como un pasatiempo o una forma de “matar el tiempo” o un acto para no aburrirse.
   De todas las cosas que el pensante hace que considera importante, se quedan cortas en importancia cuando se compara a la urgencia o necesidad que tiene de encender luces en su mundo interior para ver con claridad los engranajes que ha estado montando para darle movilidad y acción a su vida.
   Imagina la personalidad como un androide construido por un relojero con un sin número de engranajes de todo tamaño, ensamblado de una manera tan intrincada que cualquier actitud o comportamiento de ese personaje, no se puede ver desde afuera, que piezas intervienen para producir ese tipo de acción.
   Los pensamientos, piezas o engranajes que producen ese comportamiento, el pensante no los ve mientras ande distraído o muy ocupado con sus acciones y el desenvolvimiento diario.
  Otro punto importante a observar, es el producto del acto de pensar: las ideas o pensamientos con la que construimos nuestra manera de ser para bien o para mal.
   Hoy y todos estos días, por lo menos aquí en Venezuela, se está obligado a permanecer en casa. Para muchos, por falta de hábito, esto se convierte en un fastidio duro de soportar.  
  Eso es permanecer en casa, pero el otro hogar que casi nunca se visita es tu mundo interior. El templo como le dicen muchos, se ve desde afuera en un espejo, pero muy pocos hacen visitas frecuentes para hacer contacto directo con las acciones que ejecuta en automático; como es el acto de pensar. Y supervisar las ideas o pensamientos que activan su personalidad. 
   Hay bastante tiempo para examinar el acto de pensar, bastante tiempo para probar como se produce una idea nueva. (algo que nunca se nos había ocurrido, o habíamos oído o leído de otro). Prueba componer una canción, hacer un poema, un verso. Propón una hipótesis que explique porque el ojo que ve no se ve así mismo. Propón una idea que explique si el pez sabe o no que está mojado. Propón una idea de lo que te dé la gana, pero obsérvate creando, improvisando, inventando. Etc.
   Es importante examinar y comprobar de que se trata una idea. Pero hazlo a consciencia, como si no supieras nada al respecto. La educación nos ha quitado la capacidad de observación y con eso el criterio. La mayor parte de las cosas que “SABEMOS”, solo estamos repitiendo y usando lo que otros han dicho o pensado.
  Un pensante vive y se desenvuelve con ideas o pensamientos. Una idea que no le permita al pensante accionar con ella, no es una idea para él. Puede ser para otro, pero no para él.
   Por ejemplo; entiendes la idea de la importancia del auto-control, y tú sabes muy bien lo que significa auto-control. Pero no te puedes controlar. Esa idea que tienes de auto-control, en verdad no la tienes. La estás repitiendo de manera literal, no la has hecho tuya. En otras palabras, tú no has creado la idea para que se convierta en un pilar de apoyo para desarrollar el control.
   Desde tu infancia has estado oyendo conceptos, ideas, y muchas de ellas, la mayoría las has procesado y has producido tu propia idea y has accionado con ellas sin ningún problema. Inclusive, has mejorado muchas de esas ideas.
   Pero, aunque le des las gracias eternas a tus padres, o a esa persona en particular que te enseño la teoría, para que esa idea funcionara en ti, o tú la hicieras funcionar, se debió a que tú fuiste más allá de las palabras he hiciste tu propia versión o idea.
    El agradecimiento está bien, pero el pensante debe estar consciente que el milagro ocurre, si él hace que ocurra.
   Ahora hay tiempo para no solo “observarse” en el acto de pensar, hay tiempo para ver los frutos que se producen con este acto; IDEAS. Y hay tiempo para ejercitar la musa, la imaginación, la creatividad en el tema o asunto que nos interese.
    Los pensantes tienen muchos prejuicios con las ideas. Te sientas a escribir ideas y estoy seguro que llenas la papelera porque ninguna te gusta. Ninguna te parece una “buena idea”.
   ¿De dónde sacaste esa idea de ideas buenas? ¿Qué es para ti una buena idea, o una idea que no sirve”? Todas esas ideas que están en la papelera o que tienes escritas en viejos cuadernos que más nunca has querido volver a leer, te pregunto. ¿Por qué están abandonadas? ¿Por qué te da hasta vergüenza contigo mismo cuando la ves o la recuerdas?
   No hace falta que nadie más invalide o anule la capacidad creativa de un pensante, él solito se encarga de auto-liquidar su poder creativo.
   Lleva la vida de un pensante que repite y acciona con las ideas de otro. La razón, él no se considera capaz de producir “buenas ideas”. Él es honesto, respetuoso, amable, responsable, trabajador, muy social, pero no sabe producir “buenas ideas”. No se le ocurre nada. Y no se pone a producirlas porque reconoce, está convencido que él no puede producir una buena idea y se niega a hacer algo para materializarla.
   Uno echa una mirada alrededor y por todas partes se ven pensantes con ese convencimiento. Según ellos, no nacieron con ese talento o don especial para producir “buenas ideas”.
   Las ideas son como los hijos para los padres, y por experiencia vemos como los padres sacamos amor de donde no tenemos para amar a ese hijo y nos negamos a compararlo con los hijos de otras personas, pero las ideas que parimos las echamos a la basura y no les damos la oportunidad de crecer, desarrollarse. Si el patito feo no hubiera tenido oportunidad de vivir, no se hubiera convertido en el elegante ganso que llegó a ser. (cuento)
   He conocido pensantes que no abandonaron su intención de convertirse en un buen artista plástico, y durante el camino abandonaron montones de ideas que en ese momento no le parecieron buenas, y los he visto luego buscando en la basura, en el baúl de los recuerdos esas insignificantes ideas, porque ahora ven una mina de oro de creatividad en ellas.
   Pero no todos los pensantes son persistentes, la mayoría hace unas pruebas o prácticas por un tiempo, y va comparando su incipiente talento con algún famoso, y concluye que sus ideas o desenvolvimiento no sirven, y abandona para ir a trabajar de panadero o se hace ingeniero. Se convierte en un pensante infeliz, viviendo una vida que nunca le encuentra el verdadero sabor, o el verdadero sentido.
   Para un pensante lo fundamental es entender, que una idea es una idea. Eso es todo lo que necesita para comenzar a observar el fruto de su actividad pensativa.
  ¿Cuántas veces te has puesto a inventar o a producir una nueva idea? Este acto de pensar se diferencia del acto de pensar rutinario y automático que haces las 24 horas del día.
   Con este fundamento, con esta comprensión se debe hacer ejercicios de producir ideas nuevas. En esta etapa no debe haber calificaciones, no se debe estar usando evaluaciones en función de los paradigmas sociales de lo que es una buena o mala idea. El objetivo es observarse produciendo ideas de la Nada.
   Después de haber pensado y escrito unas cuantas ideas, entonces se leen y se puede permitir uno decir si le gusta o no, o cual le gusta más y hasta reírse de lo que se le ocurrió en alguna de ellas.
   Somos pensamientos, no somos cuerpos. Y si no te haces dueño consciente de tus pensamientos, no eres dueño de ti.
  Ha sido un placer. Buen provecho con tus ideas. Nos vemos pensante.
   Autor: Emilio R. Fernández Ramos

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