LA INCOHERENCIA, ENEMIGA DE LA INTEGRIDAD


¿HAS AVERIGUADO COMO PENSAR SIN CEREBRO?

Hola, amiga(o) pensante,
Muchos creen firmemente que el cerebro es el que piensa, y también que al morir seguirán pensando y recordando quiénes fueron, mantendrán todas sus memorias terrenales. Incluso piensan que podrán reconocer y reencontrarse con familiares y amigos ya fallecidos.

Pero ¿y el cerebro? ¿Cómo lo llevaron consigo después de la muerte?
El cerebro se lo comieron los gusanos. Quienes están vivos pueden desenterrar cadáveres para constatarlo.

Nuestra personalidad e identificación no vienen con el nacimiento del cuerpo; son construcciones que se desarrollan a lo largo de la vida. Nos identificamos con nuestra familia consanguínea, pero si otra familia nos criara desde el nacimiento, nos identificaríamos con ellos. Esto demuestra que nuestra identidad y personalidad dependen de las circunstancias que vivimos.

Entonces, ¿realmente somos quienes creemos ser? ¿Y si no lo somos?
Vale la pena explorar estas preguntas. Por lo menos podemos afirmar que, tras la muerte, los cuerpos son enterrados o incinerados, pero no van a ningún lugar. Sin embargo, muchos creen que sí.

Si esto fuera cierto, ¿quiénes somos realmente?
¿Cómo podríamos conservar las mismas ideas, conocimientos y recuerdos si ya no tenemos cerebro?

Permitir contradicciones y actuar basándose en ellas es uno de los factores más perjudiciales para la conciencia humana. El pensante incoherente se habitúa a una vida de inestabilidad e incongruencia, rasgos de mediocridad que nacen del descuido hacia uno mismo.

Es evidente la discordancia entre lo que decimos y cómo actuamos. Pero las palabras deben contrastarse con los pensamientos, ya que hay casos extremos en los que lo que pensamos no es lo que hacemos.

Los hechos son como escenas de un crimen. Al examinarlos podemos rastrear al responsable, las causas, motivos o razones detrás de nuestras acciones. Detectar nuestras incoherencias requiere un análisis profundo.

Esa integridad que tanto defendemos no puede manifestarse en una mente plagada de contradicciones. La mente, en su astucia, puede cegarnos para que no notemos las alteraciones que provocan nuestras incoherencias. Incluso puede protegernos del dolor al hacernos creer que las perturbaciones que sufrimos no son autoinducidas. Por eso se dice que “el mono no se ve su rabo”.

Como no soportamos quedarnos sin respuestas, la ansiedad nos lleva a buscar explicaciones. Pero, antes de responder a preguntas como “¿cómo se piensa sin cerebro?”, deberíamos preguntarnos:
¿Padecemos de alguna incoherencia? La expresión "no es ni chicha ni limonada" describe bien a los incoherentes, quienes encuentran mayores dificultades para descubrir quiénes son o qué son en realidad.

Autor. Emilio R. Fernández Ramos  

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