ÁNGEL Y DEMONIO
ÁNGEL Y DEMONIO
(Poema)
Hay sorpresas malas, pero también hay sorpresas tan
buenas como para pasar toda la vida celebrando.
Me pasó con ella. Con la
que es hoy mi compañera de vida. Nos permitimos un tiempo de noviazgo, conscientes que debíamos conocernos bien para no anotarnos en la lista de los amores fracasados.
Cubrimos todos los aspectos de nuestra personalidad,
gustos y creencias sin llegar al sexo, ya que acordamos sería el acto con el
que sellaríamos nuestro inicio de la relación como pareja.
Todas ella es un comportamiento espumoso, suave como
el terciopelo, y delicada como una gladiola blanca. Su cuerpo heredó una
completa feminidad, cubierta por una aterciopelada piel que me daba la
impresión de estar tocando un ángel sin alas.
En sus besos, sus labios permanecían esponjosos sin
que se sintiera ningún esfuerzo o tensión, y mi impulso a deforestar su boca,
lo refrenaba para deleitarme en ese baño de espumas.
Estaba feliz con mi tierno ángel, y disfrutaba su
ternura sintiéndola que la iba a tener por el resto de mi vida.
Llegó el final del noviazgo, el final del protocolo
social para celebrar la unión, y el momento para dar inicio a nuestra relación conyugal.
Me sentía sereno, a pesar de la expectativa natural
que se siente al hacer sexo por primera vez con quien se ha estado deseando con
un amor que tiene todo lo que necesita tener un amor verdadero.
Estaba preparado para llevar con suavidad mi ángel
hasta alcanzar el clímax, de tal manera que no pudiera ni enrojecer su piel o
alborotar sus cabellos.
¡Sorpresa! Fui desvestido como si me hubiera atrapado
una manada de hienas hambrientas. Los botones de la camisa volaron en todas
direcciones, fui lanzado sobre la cama como si estuviera enfrentando a una
campeona de lucha libre.
Los zapatos, pantalones y ropa interior desaparecieron
en un abrir y cerrar de ojos. Luego fui sacudido y arrastrado por toda la cama,
como el que está siendo devorado por un cocodrilo. En una de esas sacudidas caímos
al piso dando vueltas, y como carros chocones rebotamos con las paredes y todo
aquello que pudiera resistir el empuje de dos cuerpos enfurecidos.
En el sitio que terminamos jadeando, estábamos tan
amarrados uno al otro, que después de recuperar el aliento para separarnos
tuvimos que hacerlo con cuidado, ya que el demonio en que se había convertido
mi ángel se había ido.
Comprendí la transformación
y me pareció tan maravillosa y espectacular, que con mucha delicadeza recogí mi
delicado ángel del piso para llevarla a la cama y posarla con suavidad en el
mullido colchón de la cama.
¡Qué sorpresa tan buena?
Autor: Emilio
R. Fernández Ramos
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